Una empresa suiza desarrolló un aditivo alimentario que reduce las emisiones de gases de efecto invernadero que emiten las vacas y mejora al mismo tiempo su rendimiento de leche

Bajo una tormenta el pasado verano, tres vacas pastaban en un campo suizo, eructando plácidamente, contribuyendo al cambio climático con cada una de sus flatulencias. A dos pasos, en un edificio industrial gris como el cielo, una pequeña empresa fabricaba un aditivo alimentario para vacas lecheras. El compuesto, Agolin Ruminant, aumenta su producción de leche y reduce, al mismo tiempo, la cantidad de metano que liberan a la atmosfera.

«Se trata de un estimulador digestivo que permite que la vaca aproveche mejor los alimentos que ingiere», explica Kurt Schaller, presidente de la firma suiza Agolin, quien, tras 20 años de experiencia en la industria de los aditivos alimentarios, fundó la compañía en 2006 junto con la nutricionista animal Béatrice Zweifel y el inversor Pierre-Henri Jacquet. Su producto estrella es una mezcla de ingredientes naturales: clavo de olor, zanahoria silvestre y extracto de aceite de cilantro.

Desde su sede en Bière, un pueblo a 40 km de Ginebra, la empresa comercializa Agolin Ruminant en todo el mundo. Sólo en Europa, su principal mercado, alrededor de un millón de vacas se alimentan con el producto. Sus esfuerzos en materia de lucha contra el calentamiento global fueron reconocidos este año tanto por la fundación suiza Solar Impulse como por la organización de expertos en economía sostenible Carbon Trust.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), las vacas lecheras y el ganado vacuno generan casi 10% de los gases de efecto invernadero asociados con la actividad humana. «Todo rumiante produce metano durante la digestión, debido a la fermentación de las fibras», observa Florian Leiber, jefe de ciencia pecuaria en el Instituto Suizo de Investigación de Agricultura Orgánica. Una sola vaca es capaz de eructar más de 100 kg de metano al año — el equivalente de dos toneladas de CO2, lo mismo que generan dos vuelos de ida y vuelta entre París y Nueva York.

Si bien los expertos coinciden en que reducir el consumo de productos bovinos sería la solución más efectiva para este rompecabezas ambiental, cientos de millones de personas alrededor del mundo dependen de ellos tanto para alimentarse como para ganarse la vida. La FAO estima incluso que, con el aumento de la población mundial proyectado, su demanda aumentará en 70% en las próximas tres décadas. «Es por eso que, en principio, no buscábamos un efecto de reducción de metano», comenta Zweifel, «sino una forma de mejorar el rendimiento de las vacas lecheras, con una cantidad equivalente de alimento».

El objetivo original de la empresa era el de mejorar la flora intestinal del ganado utilizando principios activos vegetales y aceites esenciales, un antiguo método dejado de lado desde la irrupción de los antibióticos y productos químicos. Pero los estudios de Agolin, realizados de forma independiente por el Instituto de Investigación Agrícola y Pesquera (Bélgica), la Universidad de Aberystwyth (Gales), el Instituto Nacional de Investigación Agrícola (INRA, Francia) y la Universidad de California (Estados Unidos), mostraron que el compuesto afectaba considerablemente las bacterias del rumen, responsables de la digestión vacuna. Si bien los resultados varían según el sistema de alimentación, la mezcla aumenta hasta 7% la producción de leche y reduce en promedio 10% el metano generado por fermentación entérica.

Otros aditivos alimentarios reducen las emisiones de metano del ganado, pero pocos son 100% naturales. El aceite de linaza, por ejemplo, “requiere dosis mayores”, afirma Zweifel, quien asegura que agregar su producto a la dieta de una vaca cuesta cuatro centavos de dólar por día. Los ganaderos pueden así aumentar sus ingresos de manera favorable para el clima.

La empresa, inicialmente financiada con los ahorros personales de sus fundadores y un préstamo para el desarrollo económico del gobierno local, tardó tres años en equilibrar sus cuentas y otros tres en generar beneficios. Hoy en día, Agolin cuenta con una red de 25 distribuidores y más de cien clientes industriales. Entre estos últimos, Chris Miller, director técnico de Gain Animal Nutrition, la marca de alimento para ganado más grande de Irlanda, asegura que haber añadido Agolin Ruminant a su producto aumentó la producción láctea del rebaño de sus clientes de dos litros diarios por vaca.

La facturación de Agolin ascendió a casi 10 millones de dólares en 2017. «Lo que representa un ahorro semejante a 250,000 toneladas de CO2 en un año», calcula Kurt Schaller. «Si alimentásemos a todas las vacas del mundo con esto, mitigaríamos el equivalente de 300 millones de toneladas de CO2 por año.»

Sin embargo, el alcance del producto se encuentra restringido a la ganadería intensiva. Debido a su dosificación, no puede ser dado directamente a las vacas; es necesario añadirlo a las mezclas de pienso compuesto. «Es prácticamente imposible masificar estos aditivos, porque la gran mayoría de los rumiantes no tiene acceso a pienso a diario», advierte Diego Morgavi, investigador del Departamento de Fisiología y Sistemas Ganaderos del INRA. En la ganadería extensiva, los bovinos se alimentan principalmente de hierba.

Agolin planea de todos modos incrementar su repercusión. Desde 2014, la compañía participa en un proyecto europeo llamado RuMeClean, que busca incluir Agolin Ruminant en los programas de compensación de carbono de la Unión Europea. Si bien la reglamentación podría ampliar su alcance, el CEO de Agolin sostiene que son las empresas las que conducirán la industria hacia una ganadería más sostenible. «Hay una gran brecha entre las ambiciones ambientales de los gobiernos mundiales y sus acciones», señala Schaller. «La industria es mucho más rápida. Será la primera en moverse hacia el futuro».

Con información de Sparknews

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