Uno de los retos fitosanitarios más importantes que ha enfrentado este cultivo es el virus rugoso del tomate (ToBRFV). Enza Zaden logró identificar un gen resistente al virus en variedades de tomate silvestre, mismo que ha incorporado a las variedades comerciales para garantizar su protección desde la semilla.

Por Ana Isabel Rodríguez*

El tomate es quizá la hortaliza con mayor importancia económica en el mundo. Durante las dos últimas décadas la producción mundial de tomate mantuvo una ligera tendencia al alza con base en tres parámetros principales: producción obtenida, superficie cosechada y rendimiento promedio.

De acuerdo con datos estadísticos de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAOSTAT) la producción mundial de tomate pasó de 106.7 millones de toneladas en 2001 a 180.7 millones de toneladas en 2019. Ese mismo año, el tomate ocupó el 10º lugar en cuanto a producción obtenida a nivel mundial, de un total de 162 cultivos de los que la FAO presenta información anualmente.

Para México, éste es uno de los cultivos más rentables, con un crecimiento promedio de 9.5% en los últimos 10 años. Según cifras de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) en 2020 en el país se produjeron 3.27 millones de toneladas de tomate, en una superficie de más de 45,000 hectáreas.
El estado líder en la producción nacional es Sinaloa, que aporta el 20% del volumen nacional, seguido de San Luis Potosí, Michoacán, Zacatecas y Jalisco.

Un aspecto relevante es que anualmente la producción de tomate ha mantenido un rendimiento promedio, aunque la superficie cosechada ha disminuido. Esto se explica en buena medida porque es uno de los cultivos con mayor tecnificación: un tercio de la superficie sembrada de tomate está en agricultura protegida, de donde se obtiene el 67% del volumen nacional de producción.

Sin embargo, como sucede con otros cultivos, la producción de tomate no está exenta de riesgos. Uno de los retos fitosanitarios más importantes que ha enfrentado en los últimos años es el virus rugoso del tomate (tomato brown rugose fruit virus – ToBRFV).

Aunque el virus puede atacar en cualquier etapa fenológica del cultivo, la manifestación de éste inicia principalmente en las hojas jóvenes, formando manchas o “mosaicos” de color amarillo, alternadas con áreas muy verdes y arrugadas; además, la yema apical y brotes nuevos presentan marchitamiento.
Según investigadores, en algunos casos se han encontrado lesiones necróticas en los pedúnculos, pedicelos y en las hojas del cáliz de la fruta.

Al afectar a la planta, este virus también daña el fruto. Estos pueden presentar un aspecto rugoso, con decoloraciones oscuras. Internamente, el fruto tiene un aspecto corchoso, seco o deshidratado, con lo cual el cultivo pierde su valor por completo.

Detectado por primera vez en 2014, este virus encendió las alarmas porque es muy estable fuera de la planta huésped. Las partículas del ToBRFV pueden sobrevivir en restos de cultivos, en la tierra, así como en implementos, estacas, alambres de enrejado, contenedores, bancas de invernadero y semilleros durante meses o años.

Este tipo de virus se transmiten mecánicamente en la savia de la planta infectada, lo que significa que cualquier cosa que transmita la savia infectada de una planta a otra puede propagar la enfermedad. Por lo tanto, el ToBRFV se puede propagar fácilmente durante el manejo del cultivo, incluyendo el trasplante, la poda, el entutorado, el enrejado, el atado, la pulverización y la cosecha.

Una solución desde la semilla
Desde que se detectaron los primeros casos del ToBRFV en tomate y al encontrar que no existían variedades resistentes a éste, se consideró la prevención de la propagación del virus como el mejor medio para el control de la enfermedad.
En 2015, especialistas de Enza Zaden –empresa internacional dedicada al mejoramiento genético y desarrollo de hortalizas– recibieron muestras de tomate provenientes de Medio Oriente afectadas por un nuevo virus que “rompía” la resistencia al tobamovirus de las variedades con el gen Tm-2.

“Desde el principio, supimos que ese virus tenía el potencial de contaminar el cultivo de tomate a nivel global. Con nuestro equipo de investigadores comenzamos un trabajo de investigación que duraría años hasta lograr identificar una variedad de tomate silvestre resistente al virus rugoso, que no mostraba síntomas del virus y no podía multiplicarlo”, explica Sergio de la Fuente van Bentmen, plant pathology researcher de Enza Zaden.

En entrevista para Agro Orgánico, el especialista dice que con el apoyo de un equipo de especialistas se llevaron a cabo varias pruebas hasta encontrar un gen similar al Tm-22, presente en variedades silvestres que aporta resistencia al virus rugoso.

Desde ese momento –agrega Sergio de la Fuente– trabajaron con los mejoradores para incorporar ese gen en todas las líneas de tomate de Enza Zaden. “Esto significó un gran esfuerzo para los mejoradores, pero teníamos claro que el objetivo era dar una solución a los productores en cualquier parte del mundo”.

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